domingo, 22 de enero de 2012

El Estudiante de Salamanca, de José de Espronceda

Me estreno en este blog contando lo que me traigo entre manos por estar intentando sacarme, por fin, Filología Hispánica. Este año me toca la literatura del XVIII y el XIX. Estudiando aún voy atascada con el Neoclasicismo, pero con las lecturas he empezado ya con los románticos… y aunque alguna me ha gustado menos, otras me han sorprendido para bien.

Hasta ahora no me había leído nada de José de Espronceda más allá de la Canción del Pirata. Ya dice mucho de un poeta que tanta gente, siglos después, sepa recitar de memoria unos versos suyos -"Con diez cañones por banda..."-, pero a pesar de todo, me acercaba con pocas esperanzas a una de sus obras más importantes, El Estudiante de Salamanca. Romanticismo suena a exageración, a repetición de lugares comunes… Y en esa obra, muy corta, hay un poquito de todo eso pero mucho, mucho más, detrás.

El Estudiante de Salamanca cumple, uno a uno, todos los tópicos de las obras románticas. Escrita en verso, a modo de un largo poema narrativo, en él hay historias de fantasmas, un clásico del XIX. También hay abundantes descripciones de escenarios macabros; de hecho, toda la acción transcurre de noche, entre las sombras de la ciudad de Salamanca. Sólo sale el sol en los dos versos finales. Y en ella, por último, se encuentran también constantes alusiones a la muerte, a lo ultraterreno y, por supuesto, al amor, tema esencial de la época, convertido casi, casi, en religión.
Espronceda, como Bécquer en sus leyendas, nos cuenta desde los primeros versos que se dispone a relatar una de ellas. Eso le permite incluir desde el principio, aunque con mucha mayor intensidad al final, elementos fantásticos. Estructurada por partes, en la primera presenta a los personajes. El principal es Félix de Montemar, un joven sin escrúpulos dedicado a ver cumplidos sus propios deseos. La segunda es la bella Elvira, una joven despechada después de que el estudiante la haya abandonado, como hace con todas sus conquistas. También se presenta el escenario: las calles de Salamanca. En sus recovecos transcurrirá toda la acción.
Con un argumento muy tópico, con ecos del Don Juan Tenorio y de El burlador de Sevilla, Espronceda termina construyendo un poema a ratos descriptivo, y a ratos lleno de acción, que termina emocionando y enganchando. Y una lectora del siglo XXI se sorprende cuando los fragmentos sobre el sufrimiento de Leonor terminan conmoviéndola, o cuando devora rápidamente las últimas páginas para saber qué ocurre con ese protagonista profundamente descreído, capaz de seguir desafiando a Dios pese a estar a las puertas del infierno.
Sobre el estilo, hay que destacar de Espronceda su uso de la métrica en función de la trama, empleando versos cortos cuando la acción se acelera y variándolos según hable uno u otro personaje. Pero su mayor mérito, sin duda, es conseguir que adoptando todos y cada uno de los recursos de moda de su época la obra traspase su tiempo y siga siendo, en lo esencial, actual. Tras las imágenes tétricas, los duelos y los caballeros embozados, Espronceda retrata lo universal del amor y del miedo a la muerte.
Ratita presumida

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